Fue el 30 de agosto de 2017 cuando mi esposa, Dara, y yo llegamos a Chiangmai, Tailandia, hace poco más de cuatro años. Cada uno de nosotros tenía su mochila, un equipaje de mano lleno de ropa y cuatro contenedores llenos de suministros para el ministerio, listos para convertirnos en misioneros en Tailandia como habíamos planeado. Ese día se estaba cumpliendo el llamado en nuestra vida de volver a esta región como misioneros y llevar la Buena Noticia a la gente.
Antes de que comenzara nuestro viaje, oramos, hicimos viajes misioneros cortos, estudiamos temas actuales, asistimos a capacitaciones e hicimos todo lo posible para prepararnos. Habíamos oído hablar de algunos misioneros que habían venido al Sudeste de Asia y regresaron a casa sintiendo que habían fracasado, que no habían logrado mucho.
Pasamos los primeros dos años aprendiendo, tratando de ver con quién deberíamos asociarnos, dónde deberíamos estar y cómo deberíamos comenzar el ministerio. Hubo personas que se cruzaron en nuestro camino que nos ayudaron, y hubo algunas que nos lastimaron. La idea de rendirnos y volver a casa con las manos vacías se nos había pasado por la cabeza varias veces.
|